sábado, 8 de septiembre de 2018

Caballo de hierro.


Caballo de hierro.

Reflexionando sobre el tiempo vivido comprendo que parte de mi ser tan solo es recuerdo, pasado, algo ya desvanecido que cabe en un pensar.
Años vividos son evocados en unos segundos como recuerdo de lo disfrutado.
Uno de esos recuerdos inolvidables que han marcado unos segundos de cada pensamiento melancólico del pasado, es el momento en que una vecina de casa de mis abuelos maternos, donde pasaba gran parte de mi infancia insistió en hacerme conservar el equilibrio sobre la bicicleta, entonces para mí gigante, pero era una G.A.C. tamaño niño de mi hermano mayor. En aquel momento yo tenía 5 ó 6 años, y para mí esa pequeña bicicleta por aquel entonces era una tremenda máquina difícil de controlar y de mantener el equilibrio sobre ella.
Parecía un imposible, pero gracias a la insistencia de Fina (esa vecina de mis abuelos que me aventajaba unos pocos años, cuatro o cinco tal vez), fueron sucediéndose las caídas y faltas de confianza superadas, puesto que insistía una y otra vez en que me sujetaba de la parte trasera, y en cuanto me descuidaba, ya me había soltado y mantenía el equilibrio hasta que me veía sin su ayuda, entonces de inmediato zozobraba como un velero incontrolado, dando con mi cuerpo en tierra.
Hasta que llegó el momento en que el control sobre esa máquina parecía convertirnos en un solo cuerpo: bicicleta y yo, como un gran animal galopando al viento. En pocos días ya estaba haciendo la “cabra loca”, dando saltos por doquier, empinando la rueda delantera como un caballo bravío, soltando manos del manillar manteniendo equilibrio y dirección con el cuerpo, y un sinfín de travesuras más
Al poco tiempo cayó en mis manos una B.H. ésta ya de adulto, con la que hice virguerías, junto con los amigos hacíamos recorridos con saltos incluidos, luego llegaron los paseos para ir descubriendo las proximidades más remotas de nuestro derredor, tras éstos, llegaron otros recorridos más extensos, descubriendo parte de localidades anexas y así, más y más largos recorridos cada vez.
Recuerdo en la pre adolescencia cuando comencé a personalizar la B.H., quizás los jóvenes de ahora dirían “tunear”, pero en realidad lo único que hacía era despojarla de adornos inanes, más que añadirle suplementos decorativos, pues primero la despojé del portaequipajes, a continuación de los guardabarros, terminando incluso despojándola de los frenos. Se convirtió en toda una máquina “todoterreno”, un proyecto de “mountan bike” que diría yo.
Con ella, mi B.H., pasé buenos momentos que siempre quedarán en cualquier rincón del pensar, momentos que caben en un pensamiento etéreo, llenos de felicidad. Recuerdo que solo le hubiera pedido que hiciera como “Jolly Jumper” el caballo de Lucky Luke, o “Silver” el caballo del Llanero Solitario, venir a mi silbido o llamada, para montarla al salto y galopar sin descanso. De todas formas casi que como los recuerdos no son historia, y por ello los recuerdos son similitudes verosímiles no precisamente estrictos tramos de la historia, en mi recuerdo a veces he montado al salto de mi silbido a mi querida B.H., que en cierta manera era verdad puesto que lo hacía con ella en marcha a toda carrera, me desmontaba soltándola unos segundos corriendo junto a ella, y volviendo a montar al salto, increíble pensar en hacerlo ahora.
Ella me quiso, por más canalladas que le acometía, siempre venía al silbido…
Incluso cuando después de despojada de todos sus elementos no necesarios para su función, la pinté de un color grisáceo con una brocha. Era preciosa, yo estaba enamorado de mi bicicleta B.H. Ella y yo éramos uno, un solo ser, un ser cabalgando al viento por la huerta de Murcia, por pedanías junto al río Segura, junto otros seres de semejantes características que a veces llevábamos nuestras meriendas para hacer una parada en cualquier linde de huerto, o junto la Contraparada, allí donde si no es un sueño, he bebido agua de un hilillo que brotaba llamada “La Fuente del Piojo” junto el río pasada la fábrica de la pólvora del Javalí Viejo.
Con el mismo método intenté enseñar a mis dos retoños, cosa que fácilmente conseguí con ese método que usó conmigo Fina, esa vecina de la infancia, pero ellos dos tendrán sus propias historias con sus cabalgaduras, que serán verosímiles con el paso del tiempo, en vez de reales como la historia misma. Aunque ellos tras aprender, han decidido cabalgar sobre caballos pero de verdad dejando aparcadas las bicicletas, empero para mí fue mi “caballo de hierro” mi B.H., juntos surcando caminos, sendas, carreteras, veredas, con los mosquitos en los ojos.

 Figurtrist (2018).

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