¿QUIÉN
ME LO NIEGUE?
… a mi silbido
llegó ipso facto, acelerada y
embadurnada con la arena roja que circundaba por doquier levantada como nube de
polvo que saluda al héroe a su paso. Venía trémula, alzada sobre el suelo
arenoso de este planeta rojo al que había llegado como explorador de la segunda
misión de avanzadilla antes de la instalación de la gran estación científica
pretendida para colonización del planeta Marte.
Algo sabía por los
libros de historia sobre los ciclos de ese siglo de la “edad moderna”, de dos
ruedas perpendiculares al suelo por el que se rodaba, y siempre pegado a éste
excepto en pequeñas acrobacias que desafiaban por segundos la desfasada ley de
la gravedad. Pero mi bihélice, así es como se llama actualmente el helio
transporte impulsado por dos turbo hélices lubricadas por helio, recordando a
las obsoletas ruedas de esos antiguos ciclos, pero en este caso paralelas a la
superficie, y totalmente independientes de la gravedad contra la que están
desafiantes en cuanto se impulsa mediante la entelequia unipersonal desprendida
telemáticamente con el pensamiento del piloto que la maneja.
Estos artilugios eran
los más adecuados en misiones de este tipo, donde no se conocía la existencia
de otro tipo de energía, por tanto una vez llegados a suelo de Marte, era
imprescindible el uso del medio de locomoción más ventajoso, respecto ahorro de
energías consumibles, y con sus velocidades vertiginosas de más de 180 millas
por hora, pudiendo maniobrar a la esquiva en milésimas de segundo y portando un
equipo de hasta doscientas libras de peso más el piloto, que además era el
portador de la energía que hacía funcionar la máquina.
Mantenían un vínculo
con el piloto, estaban programadas para formar entre ambos una sola máquina,
hombre y bihélice. Así como cuando el padre de mi bisabuelo con su bicicleta de
mitad del siglo veinte y la propaganda en su camiseta de “BH” (recuerdo de fotografías
que han llegado hasta mí), coronaba puertos de montañas pedaleando según me
contaba mi abuelo, con estrechas y repelentes carreteras, sudando con el
esfuerzo de un trabajo entre máquina y hombre. Formando también entonces un
equipo máquina-hombre, pero a través del esfuerzo físico, en desventaja a los
aparatos que manejo, que todo el esfuerzo es psíquico y mental, es la fuerza de
mi pensamiento el que hace que coronemos esas montañas, y sin la falta de esas
carreteras, puesto que cabalgamos alzados de la superficie, flotando en el
fluido invisible que envuelve las capas sólidas.
Esas antiguallas de
carreras que entonces se conocían como “vueltas”, “tours” y “giros”, hoy en día
serían un chiste para nosotros, ahora una buena etapa se jugaría en todo caso
al filo de lo imposible de aquellos entonces, ¡ay, si mi bisabuelo levantara la
cabeza!.
Cada época tiene una
historia y cada historia una época por ello se vive el recuerdo en conexión
tecnológica, midiendo cada esfuerzo en representación de su ilusión.
Figurtrist 2018.
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