Eran noches con amargura, noches sin calma, noches de vida. Sin esperar que rayara el sol, tan solo él irrumpía sin avisar, invadiendo esas “amargas, sin calma y de vida” instantes de embriaguez solitaria en compañía.
Todo era distinto, al tratarse de esos momentos en que los años vividos son toda una vida, antes de volverse esa esperanza de esos mismos años de vida en la escasez que no se puede controlar, como tampoco entonces se controlaba el paso del tiempo, ese tiempo nocturno que derrochaba vida o más bien, ansia de vida. Tanto era ese ansia de vida, que por ello se apoderaba de la nocturnidad evitando el dormir con su consecuente pérdida de esos instantes por ver, oir, experimentar, compartir, existir como correlato del descubrimiento del llamado tiempo de juventud.
No, no es lo mismo los años vividos, que los por vivir. Los vividos son todo vida, los por vivir al no poseerlos, no pesan, no acontecen en la biografía de nuestra vida. Él me lo ha recordado este mediodía, él con su memoria condolida, como dice: “el alzheimer”.
Qué son setenta y siete, te queda toda una vida por vivir, “hasta los cien” –le he dicho-, treinta al menos, quizás sean veinte, qué más da. Recuerdas cuando tenías esa edad, en la que el tiempo no pasaba, ¿cuánto eran entonces esos veinte? Pero su respuesta rauda y evasiva: “no, no recuerdo, si es que tengo eso…, el alzheimer”. Lo que más me ha dolido es apreciar en sus ojos la espera, esa espera que nadie con todas sus consecuencias desea poseer, nadie debería esperar, esperar es dejarse vencer, esperar es dejar de avanzar, de luchar, de vivir al fin y al cabo.
Por eso, antes de que me excuse con “el alzheimer”, un día decidí en pocas palabras y a ser posible en verso describirme esos momentos en que el amanecer inundaba sigilosamente los instantes perennes de la etérea juventud, incansables e inagotadores destellos de ganas de vivir, para así reflejar en papel esas incursiones del azul añil rompiendo la oscuridad, esos silvidos de las primeras golondrinas (madrugadoras con sus ganas por vivir), rompiendo el ensordecedor silencio de las conversaciones de “besugos” noctámbulos.
Siendo esas palabras un breve recordatorio a modo de “emoticono”, que resurgen en mi memoria tantos amaneceres, y tan distintos a los que ahora pueda observar con visión poética, pues entonces realmente no los “miraba”, solo los aprehendía por medio de esas golondrinas y colores añil-azulado.
Entonces no observaba el amanecer como un día nuevo, sino como uno que se agotaba, ahora en cambio un amanecer es un empezar: “Noche Jóven”.
Noche
Joven.
Noche
estrellada.
Al
cielo raso,
la
noche paso.
Noche
trasquilada,
al
acostar,
un
malestar.
¡Donde
está la noche!
El
día llegó,
el
sol desplegó.
Todo
fue trasnoche.
Los
pájaros al despertar,
cantando
al amanecer
despidieron
con placer,
la
luna se fue a acostar.
Figurtrist.